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El espíritu del Aikido

Entre todas las disciplinas marciales o deportes de combate, el aikido se distingue ciertamente por la ausencia de competición pero también y sobre todo por la voluntad marcada, y concretizada por la estructura misma del arte, de salir de una situación de conflicto con el menor daño posible. No solamente para sí mismo, sino también, y sobre todo, para el eventual agresor. Lo mejor siendo simplemente evitar el conflicto.

Este concepto tiene principalmente una finalidad práctica. No matar (en el pasado) o herir físicamente o mentalmente a su adversario – ni siquiera hacerle “perder la cara” – evitar dejar « marcas », físicas o psíquicas, que provocarían el espíritu de venganza, de vendetta.

Esta noción se entiende también en un plano mucho más elevado : no dejar marcas corporales o mentales pero también, idealmente, no dejar « marcas kármicas ». 

Esta idea está también profundamente enraizada en el budismo Zen. La voluntad de reducir al máximo las consecuencias de una defensa coincide con la búsqueda del acto natural donde toda « acción perfecta » se realiza « sin apegarse a los frutos ». Solo entonces no deja ninguna marca (1).

Otra manera de expresarlo consiste en hablar de una acción desinteresada y natural. Inclusive en lo que podemos llegar a tener que hacer para defendernos. Se trata de no hacer nada si no es realmente necesario o si no se impone naturalmente, Más aún, es necesario, en la práctica cotidiana de la disciplina, pensar en parar nuestro golpe, nuestra fuerza, nuestro impacto (Jo) o nuestro corte (Ken, Iaïto, Shinken) en el trabajo de los movimientos de base. De este modo, en un plano más elevado, trabajamos con un espíritu de clemencia, de misericordia

Esto era un leimotiv de Nishio Sensei (1927 – 2005) cuando enseñaba.

No es por casualidad que llamó a su única obra escrita sobre el Aikido (2) : « Aïkido –Yurusu Budo ». Lo que puede traducirse por : « Aikido - el Budo del perdón, de la mansedumbre ». 

La traducción inglesa de Yurusu Budo es : « Budo de la aceptación ». Según esta perspectiva, nuestra disciplina está basada sobre una aceptación recíproca, primero la de Tori (aquel que es atacado) que va a aceptar el ataque para luego por supuesto esquivarlo a último momento. Luego en el desarrollo de la técnica será Uke (el que ataca inicialmente) quien será llevado a aceptar un cambio importante de situación. Es por eso también que Nishio Sensei hablaba del Aikido como un intercambio, un ejercicio de recibimiento y de tolerancia.

Nishio Sensei repetía con frecuencia que en la mayoría de las técnicas, ya sea en la forma de manos vacías como con el Ken, el Jo o el sable, tenemos 4 o 5 oportunidades de terminar brutalmente el encuentro con un golpe (atemi a un punto vital), o en el caso del sable con un corte. El ideal de la práctica del Aikido es sin embargo de no hacer uso de esa posibilidad. Primero eso permite, en los Kumitachis que reproducen las técnicas de Aikido a manos limpias, efectuar el movimiento completamente. Pero también permite, por así decir, interrogar a nuestro « compañero-adversario » en cada etapa en la que se ejerce esta mansedumbre : queremos realmente eso?

 Nishio Sensei y Paul, CREPS Strasbourg 1996.

 

El Aikido ofrece así una nueva vía : la de un Budo del recibimiento, de la aceptación.

El Aikido ha sido creado por su fundador O Sensei Morihei Ueshiba para permitirnos seguir este camino : el de vivir, dejar vivir, recibir y perdonar a través de cada una de las técnicas de base.

Esta idea está presente desde el comienzo. En Aikido no hay « guardia » o una postura particular de espera que podría aparentarse a una provocación. Solamente una postura natural. El Kamae (la guardia) se caracteriza entonces como Mu-Kamae (« sin guardia »). Sin guardia física aparente, pero no a nivel mental donde la guardia (vigilancia y concentración) está bien presente. Con Nishio Sensei es el caso en el trabajo a manos vacías, pero también en trabajo con el Ken o el sable.

Luego encontramos también esta idea justo después del ataque, después del De-Ai (toma de contacto) donde se produce la fase importante de « Michibiki », « la conducción » o la dirección del compañero-adversario. Es en esta fase que se expresa todo el espíritu de la disciplina, ya que esta fase va a mostrar físicamente que los 2 actores del intercambio han pasado de una situación de oposición (antes y durante el ataque) a la del seguimiento de una misma dirección en la técnica que se desarrolla. Y si el movimiento se desarrolla tal como está previsto, los dos actores no son más que UNO, hasta la conclusión, el Ukemi o el control en el suelo (Osae).

Esta idea se expresa a la perfección en las palabras mismas de O Sensei : « El verdadero BUDO es una obra de Amor. Es dar la vida a todos los seres y no matar o luchar contra los otros. El Amor es la deidad protectora de todas las cosas. Nada puede existir sin él. El Aikido es una realización del Amor.

El verdadero BUDO es una protección amante de todos los seres en el espíritu de reconciliación. Reconciliación para realizar su propia misión El secreto está en armonizarse con el movimiento del universo y en ponerse de acuerdo con el universo mismo. »

Para llegar, aunque sea un poco, a acercarse a este camino, a este espíritu particular de apertura, de recibimiento, de tolerancia y finalmente de amor que debe sostener todo el trabajo en Aikido, es el ego lo que hay que reducir. Y el modo de practicar, la manera en que se lleva adelante el Keiko (la práctica) debe conducirnos a ello. Es la función misma del Dojo.

La palabra DOJO, que es inicialmente un término religioso, designa el lugar para llegar a la realización de la Vía. Es un lugar donde estamos expuestos, y donde se afrontaba, antaño, la vida y la muerte, la creación y la destrucción en sí mismo, la desnudez interior. Actualmente es el lugar donde no hay discriminación entre rico y pobre, jóven y viejo, hombre y mujer, fuerte y débil. Es el lugar en el que debería efectuarse una seria reducción del ego, a través del trabajo sobre sí mismo, ciertamente físico pero también mental. 

Cada sesión de entrenamiento debería vivirse como un Misogi. El concepto de Misogi viene aquí también a subrayar el aspecto particular que debería tomar cada sesión de Aikido. Misogi también es, en su origen, un termino religioso del sintoísmo. Designa una actividad ascética que busca la purificación de sí mismo. Es entonces a través de una práctica muy intensa, destinada a provocar un agotamiento físico y mental, en un espíritu de abnegación completa, que se efectúa un ejercicio de Misogi.

Chiba Sensei y Paul, CREPS Strasbourg 1975.

 

Los ejercicios de tipo Misogi tienen un lugar importante en la práctica de los Budos tradicionales. Por lo tanto, el fundador del Aikido, O Sensei, ferviente sintoísta, basó naturalmente su arte sobre el principio del Misogi. Aplicado a nuestra disicplina se trata, como decía Nakazono Sensei, de purificar el mundo purificandose a sí mismo gracias a la práctica del Aikido.

Practicar así hasta el agotamiento (Misogi) o practicar sabiamente con un rítmo más moderado como suele hacerse en nuestros clubes, las dos maneras son posibles. Pero hay que practicar al menos de manera regular y constante, para comprender poco a poco con el cuerpo, o con el fondo de uno mismo, y no simplemente con el intelecto lo que significa y lo que implica la armonía con un compañero.

Sin transformar cada Keiko en Misogi, dos elementos son esenciales para una sesión de Aikido que no falle su objetivo :

1°) La plena consciencia. La consciencia plena y entera de lo que hacemos y de lo que vivimos a cada instante es un elemento fundamental de la práctica. Es la puesta en práctica del principio que tanto apreciaba Nakazono Sensei : « Naka Ima » , « aqui y ahora ». Es una vigilancia y una presencia completa, exigida a cada instante. La vigilancia y la presencia que tendríamos si efectivamente se tratara de una cuestión de vida o muerte. No deberíamos jamás tener que excusarnos sobre un tatami por una indavertencia. Esta noción también enseñada repetidas veces por Nakazono Sensei está también muy presente en el Budismo Zen : no hacer nada con un espíritu ausente. (3) 

Nakazono Sensei y Paul, Centre sportif Universitaire Strasbourg 1973.

 

Y es la aplicación de esta plena consciencia la que, poco a poco, permite superar el ego, ir más allá de la dualidad sujeto-objeto, atacante-atacado y aprehender directamente, con su cuerpo y en lo más profundo de sí mismo, el concepto de la unidad fundamental que une a los dos compañeros en el movimiento.

 Chiba Sensei que era monje Zen, no decía otra cosa cuando afirmaba : « El gran error en el arte del sable es anticipar el desenlace del combate ; no debe buscar saber si terminará por una victoria o una derrota. Deje simplemente la naturaleza seguir su curso y vuestro sable cortará en el buen momento. Es lo mismo en Aikido. No hay que tomar una actitud dualística en este tema, como la mayoría de las personas que piensan en términos de « ganar y perder ».

En cambio, yo las comprendo como UNO, como ACCIÓN. El punto importante es que no se trata de una acción en el sentido ordinario, sino que se trata de lo que llamaría una ACCIÓN PURA. Lo que significa una acción que no tiene motivo ni finalidad pero que es una expresión corporal dinámica de su libertad, de su verdad y de su belleza interior : la creación interior. » 

2°) La actitud física. A esta actitud mental de la plena consciencia debe corresponder una actitud física particular durante la práctica del Aikido, la de la relajación física y la descontracción. Esta se lee facilente en los cuerpos y los rostros. Un rostro con los trazos tensos, o los hombros crispados y levantados son los signos más evidentes de la actitud que debemos proscribir. Desde luego la descontracción no significa la blandura o la flojedad, o la falta de esfuerzo muscular. Pero el trabajo del cuerpo, los esfuerzos proporcionados, la mobilización muscular deben ser naturales, minimizar y a término hacer desaparecer todas las crsipaciones parasitarias, que revelan nuestros temores, nuestros deseos de dominación, etc. Y eso libera o induce una respiración más natural, más profunda, que va a permitir un trabajo más armonioso.  

Pero no es más fácil que la atención. Porque con frecuencia la ausencia de crispación o simplemente de movimientos parásitos supone también una dosis considerable de desapego. Estar desapegado significa no estar tomado (sobre todo en el sentido mental) por su compañero o la situación. Es tan díficil, o a veces tan simple de realizar como la vigilancia extrema que se caracteriza como « plena consciencia ». 

En otro plano, hay que desapegarse también de sí mismo. En el plano más práctico, es fácil comprender que nos defendemos mal cuando nos apegamos demasiado a no perder nada, a no lastimarnos o a no perder la vida. Pero el desapego del que se trata aquí se encuentra más allá de lo que está en juego en un combate o una competición. Hay que buscar el abandono y el desapego de sí mismo, mismo cuando estamos en casa, sentados en meditación. Es aquí que encontramos nuevamente una noción muy antigua y frecuente en todas las grandes religiones (leer: Juan 12 – 25, el Bhâgavad Gîtâ , pero también Meister Eckhart, y Alan W. Watts (4) ). Se trata de la etapa más elevada de la reducción del ego, poco accesible al común de los mortales, pero que continúa siendo el objetivo de los buscadores de absoluto, ya sean practicantes de artes marciales o monjes. 

Élisabeth y Paul Muller, Mac Gill Universidad Montréal 2006.

 

Para concluir, podemos asociar muy fuertemente el espíritu del Aikido al espíritu del Zen. Hay que entender el Aikido como Zen en movimiento, donde la búsqueda se basa sobre la Unidad. Unidad con nuestros compañeros, pero también, como preconizaba Nakazono Sensei, unidad con el universo entero. Numerosos expertos citados en las lineas que preceden citan la misma palabra clave para encontrar ese camino : la palabra Amor. 

 

Paul Muller 7° Dan Aïkikaï 

 

.(1)  « El Bhâgava Gîtâ » de Alain Porte Ed. Aléa (edición de bolsillo). 

.(2)  “Aikido -Yurusu Budo “ por Shoji Nishio, Publicado por Aiki News. 

.(3)  « Hinduísmo y Budismo » de « Ananda K. Coomaraswamy , Folio Essais. 

.(4)  « Elogio de la inseguridad » de Alan W. Watts. Petite Bibliothèque Payot.